sábado, 22 de enero de 2011

Tan joven y tan viejo.

Aquel hombre de mirada inquieta y sonrisa profunda, siempre me había transmitido una mezcla de tranquilidad, actividad y felicidad que nunca había sabido como tomarme. Volvía a saludarme con su peculiar forma de revolverme el cabello y una retahíla de elogios hacía mi sonrisa y aspecto jóven. En lugar de preguntar hacerca de cómo iba todo, los estudios, mis pardres, abuelos, amigos y demás temas de superficial interés... dejó resbalar un chiste malo del que no le quedo más remedio que reirse, y me preguntó por mi gran afición en esta vida. Dejandome un poco descolocada, pues no averiguaba la seriedad de la pregunta y no sabía como devolver aquella mueca que extendía de oreja a oreja, dándole un aspecto adolescente del que bien lejos se encontraba, me decidí por parlotear de idea en idea, contandole en que invertía el poco tiempo que tenía para mi misma. Desvíando la curva de la conversación hacía él le pregunte acerca de sus tardes siendo consciente de que aquel tema le conduciría a un largo relato de aventuras y rutinas.
Sin dejar sitio para la decepción, comenzó su tarea de detallar sus tardes de yoga y meditación. Se enfrasco en una descripción de ideas, posturas, y ritos que captaron mi atención algo antes de empezar. Habló sobre hindues, Dioses, y estados mentales. Sobre nirvana, la condición donde no hay tierra, ni agua, ni aire, ni luz, ni espacio, ni límites, ni tiempo sin límites, ni ningún tipo de ser, ni ideas, ni falta de ideas, ni este mundo, ni aquel mundo.
Definió el ciclo de renacimiento, y la paz absoluta. Comentó los valores de los vegetarianos, y el desarrollo del cerebro. Me embaucó con la capaceidad de aunmentar la sensibilidad hacía los estímulos que nos rodean, hacía ti mismo y el mundo en el que vivimos.
No se durante cuando tiempo permanecí enfrascada en su discurso, pero una enfermera, con falta de amabilidad acabó con la tira de torpes preguntas que me surgían continuamente. Aquel hombre de pelo canoso y postura relajada, guardaba una vitañidad desmesurada bajó una camisa a rallas, y tenía la voz más interesante que había escuchado hasta el momento. Se despidió acaloradamente como acostumbraba a hacer y con una carcajada se disculpó por no poder quedarse un rato más a relatar sobre otra de sus aficciones.

No hay comentarios:

Publicar un comentario